TERCERA GENERACIÓN: ¿UN PELIGRO PARA EL NEGOCIO?

Hay por ahí una estadística que anda circulando con noticias alarmantes para cualquier negocio familiar de reciente creación: solo el 15% sobrevivirá a la tercera generación. Cuando supe de esto, por supuesto me preocupé, porque yo pertenezco a ese siguiente eslabón de la cadena generacional en un negocio familiar que con mucho esfuerzo inició mi abuelo hace 60 años. Pero luego me interesó más el porqué de esa estadística, y es lo que quiero compartir aquí.
Voy a adelantar mi conclusión: los de la tercera generación no sufrimos el negocio. Nosotros aparecimos en escena cuando ya nuestros padres y abuelos habían atravesado la tormenta del emprendimiento. Esa época en la que el abuelo era “todólogo” no la vivimos. No nos tocó verlo entusiasmarse con su proyecto, jugársela y salir a venderlo –seguramente con muchos portazos de por medio-, o ser el repartidor en una Combi usada que logró comprar de remate –eso sí, con muchísimo orgullo porque era de los primeros activos de la compañía-, y mucho menos lo vimos desvelarse en su escritorio haciendo cuentas a lápiz, dándole forma a ese proyecto que, en su mente de fundador, solo él entendía.
La segunda generación, nuestros padres, sí lo vieron. Quizá por eso les es más natural valorar y administrar el negocio. A ellos les tocó consolidar y detonar la compañía hasta lo que es hoy con procesos bien establecidos, equipos de trabajo bien capacitados, y posiblemente nuevas alianzas comerciales. Pero lo más importante es que a ellos nadie les cuenta el sacrificio que implicó arrancar, porque estuvieron ahí.
Y así llegamos a la tercera generación. Los que sabemos gastar y damos por hecho las comodidades. Los que nos quejamos cuando no hay internet, o cuando la pizza llega fría, o cuando el conductor de Uber no nos ofrece una botellita con agua. A veces me pregunto qué pensaría el abuelo desde su Combi sin aire acondicionado… El mío seguramente me diría: “De acuerdo, para eso trabajé toda mi vida, para que no te faltara nada, pero ubícate, chaparro”.
Entonces creo que más bien tendríamos que asignarle algo característico a la tercera generación. “No sufrió el negocio” me parece poca cosa. Vamos a ver; si la primera generación se distingue por su visión, y la segunda por fortalecer y consolidar, la tercera tendría que ser por su inmensa responsabilidad, porque hay mucho en juego: empleados, proveedores, clientes, socios comerciales, y evidentemente la propia familia. Me estoy refiriendo de manera especial a los que queremos participar activamente en el negocio. Pero aun los que decidan no hacerlo, por el simple hecho de ser accionistas también tienen una enorme responsabilidad social corporativa por la que velar.
Cuando entendamos que el propósito de todo negocio familiar no son las utilidades, sino la continuidad y la trascendencia, entonces empezaremos a cambiar la estadística.
Tal vez eso de la continuidad y la trascendencia suene un poco elevado y fuera de la realidad del mundo corporativo como lo concebimos hoy, pero recientemente supe que la empresa familiar más antigua del mundo vivió más de 1,400 años antes de pasar a ser una subsidiaria de una multinacional japonesa en 2006. La constructora Kongo Gumi nació en el año 578 y pasaron por su gobierno 40 generaciones de la familia Kongo. Le sigue otra empresa japonesa con casi 1,300 años de vida: el Hotel Houshi Ryokan. Ya van en la generación 47[1].
Algo hicieron muy bien, y seguro que algo les podemos aprender. Si los que pertenecemos a la tercera generación nos lo tomamos en serio y ensanchamos nuestros horizontes, dejaremos de ser un peligro y nos convertiremos en una fortaleza para nuestro negocio y nuestra familia. Ese es nuestro verdadero privilegio y nuestra grave responsabilidad.
[1] Miguel Ramírez Barber, Empresas Familiares Longevas en México, Estudio publicado por Banamex y Profit Consulting en 2012.